martes, 29 de septiembre de 2015

Una carta a ti

Apuesto a que estarás sorprendido de encontrar estas largas cartas y posiblemente estés muy molesto por no habértelo dicho en persona. Pero soy consciente que no estás listo aun para escucharme y tampoco sé cuánto tiempo  podré hablar contigo cuando desee.
Además que el solo pensar en la expresión de tu rostro al leer estas líneas, es una pequeña motivación extra para que haya usado este método.
Es difícil decidir por donde he de comenzar pero si quiero que sepas tanto como sé tendré que hacerlo desde el principio.
Nací en una pequeña villa a las afueras de Londres en 1868. De mi padre no supe nada y de mi madre solo tenía unas pocas fotos. Mi educación estuvo a cargo de mis dos únicos sirvientes Isaac Moncrieff e Irene Canterville. Si  bien Irene era mi institutriz, había varios temas de los cuales no poseía más que conocimientos generales y por eso fue necesaria la presencia de Isaac.
Irene tomó el papel que mi madre  solo dejó en imágenes borrosas. Solo hurgando levemente en mis recuerdos puedo ver una vez más aquellas fiestas de té en la que mi única invitada real fue ella. Siempre sonriente y amable rodeada de mis animales de felpa. También recuerdo con afecto los días que tomadas de las manos recorríamos los terrenos de la villa, a veces  solo para poder ver a los distintos animales que vivían en el pequeño bosque que era el patio trasero  y otras por  la simple alegría de caminar con el sol bajo nuestras cabezas. Como madre fue muy afectuosa pero eso no impidió que como maestra fuera estricta, de ella aprendí sobre historia, economía, herbología  y algunas otras de las ciencias humanas.
De los pocos recuerdos lucidos de mi época de infante no pasa por mi mente la imagen de Isaac con una sonrisa. A pesar de su falta de emotividad siempre fue amable conmigo. Al igual que Irene él  se dedicó a dictarme clases siendo su especialidad matemáticas y física, temas que aprendí con dificultad pero pensándolo ahora no me es tan sorprendente los problemas   que tuve con esas materias puesto solo tenía cinco años cuando ambos me instruían temas tan complejos.
En ese entonces no pregunté el porqué de que me bombardearan con tantos datos, que la mayoría de las chicas de esa época podían vivir su vida sin conocer.  Ahora soy muy consciente de la tarea  que me esperaba  pero será mejor dejarlo para unas líneas más adelante.
Como dije antes, ellos dos fueron de alguna forma la figura materna y paterna que tuve durante mi infancia. Durante aquellos años recuerdo haber preguntado muchas veces si ellos dos eran mis padres o si estaban casados. La primera pregunta los hacía mirarse el uno al otro con desagrado y cautela mientras que la segunda los obligaba a sacarme de la habitación para dedicarse a unas largas discusiones que rivalizarían con las peleas de un par de niños.

Si tuviera que resumir mis primeros cinco años en este mundo  debería decir que fue algo diferente a la infancia normal. No conocí a nadie más de mi edad y es más las únicas personas con las que tuve contacto fueron Irene e Isaac. A pesar de esto no mentiré al decir que fueron años tranquilos de días largos y noches que deseaba fueran más cortas.
Fue en mi séptimo cumpleaños en el cual mi imagen del mundo cambio radicalmente. Lo recuerdo a la perfección, esa mañana me encontraba disfrutando de un té después del desayuno mientras le daba una rápida pasada a las notas de mi última lección. Pude notar con mucha facilidad que mis dos sirvientes se comportaban de manera muy inusual, desde el instante en que desperté sola en mi habitación —solía dormir con Irene—tuve una extraña sensación como si algo grande estuviera a punto de ocurrir. Durante el desayuno ambos se mostraban muy distraídos y cada vez que trataba de hablar con uno de ellos se ponían nerviosos de manera sospechosa. Lo primero que se me ocurrió a mí, en esa época de mi infantil pensar, fue en una sorpresa por mi cumpleaños, así que deje pasar sus excentricidades hasta que decidieran develar aquel secreto que los hacía ver tan curiosos.
La tarde llegó y como era costumbre me dispuse a practicar con el piano de nuestra sala de música. Clases que tomaba bajo la supervisión de Irene. Aun era una principiante y me costaba mucho recordar que nota era cual en el piano y muchas veces cometía errores cada tres segundos. La práctica de aquel día fue un poco diferente ya que tras tantos fallidos intentos logré completar la pieza pero en vez de una felicitación por parte de mi mentora solo conseguí una mirada vacía perdida en el espacio.
—Muy bien ¿Qué es lo que te pasa?— mi paciencia había sido puesta al límite y en aquel momento no pudo importarme menos el posible regalo de mi antiguo razonamiento.
— ¿Q-Q-Qué es lo que dice? No es nada para preocuparse Señorita Henriette— me contestó muy nerviosa arrugando el delantal sobre su vestido negro con ambas manos.
Es cierto, para ese entonces ambos habían cambiado el afectuoso Henriette por la solemne señorita Henriette con el que aun me siguen llamando.
—Desde la mañana ambos han estado actuando de manera muy sospechosa— me levanté del banco y me acerqué hacía mi sirvienta, tratando de no dejar que mi frustración fuera muy evidente.
— ¿S-Se dio cuenta?— Preguntaba con una sonrisa nerviosa.
— ¡Tendría que estar ciega para no notarlo!— Irene se encogió ante mi exabrupto pues era la primera vez que me comportaba así.
 —…— se quedó callada con una mirada nerviosa. Primero mirándome a mí y después mirando a sus zapatos, acto que repitió muchas veces.
—Si tienes algo que decir dilo de una vez— le dije tras subirme al banco cercano para estar a la misma altura.
Irene me miró por unos segundos más para dar después una respiración profunda. Murmuraba algo para sí misma, al parecer preparándose para lo que fuera a decirme en ese momento.
—Es cierto, hay algo de lo que debemos hablar señorita Henriette— Irene me tomó de la cintura y me colocó en el suelo.
—P-Podría decir muchas cosas… pero hay poca probabilidad de que me crea… ya sé, mejor será mostrarle. Como no confiar en sus propios ojos— dijo ella con una sonrisa de satisfacción.
— ¿Qué tanto dices? No puedo…—
Me quede con la palabra en la boca, no podía creer lo que sucedía en frente de mis ojos. El cabello corto castaño de mi sirvienta se tornaba en un azul marino. De su cabeza comenzaron a brotar una cornamenta como la de un ciervo y de su espalda unas alas que parecían las de un murciélago pero más grandes y de contextura más gruesa.
— ¿S-Señorita?
— ¿Me escucha?...Señorita…—
La voz de mi madre adoptiva se fue desvaneciendo a medida que la oscuridad opacaba mi vista.
Cuando volví a abrir mis ojos la noche había caído y me encontraba en mi habitación. Me levante de la cama y me percate que mi vestido blanco había sido remplazado por mi camisón de invierno. Inmediatamente pensé en Irene y en la extraña forma que tomó en el salón de música.
La extraña apariencia de mi sirvienta rondaba mi cabeza, intentando de alguna forma encontrar una respuesta lógica a lo que vi.
Salté de la cama y me dirigí al pequeño librero al lado de mi escritorio. Tomé el álbum grueso y tras encender la vela de mi escritorio comencé a examinarlo. Aun ahora no sé lo que buscaba en ese momento de confusión, solo sabía que debía estar en ese álbum.
Me centre en  seis fotos todas fechadas el 3 de diciembre, la fecha de mi cumpleaños y la de aquel día. Coloqué las seis fotos sobre mi escritorio y las iluminé con la vela, teniendo cuidado de no quemar nada, la única persona que cambiaba radicalmente en las fotos era yo.
Seis años pueden ser un gran cambio para una pequeña de tan poca edad. Sin embargo me era difícil entender porque mis padres adoptivos no mostraban ningún cambio más allá de la ropa que vestían y (en el caso de Irene) el peinado que utilizaban.
Mis manos temblaban mientras sostenía la foto más reciente, aun con los ojos pegados en la versión de mis sirvientes de  hace seis años.
— ¿Qué está haciendo, señorita Henriette?— usé mis manos para evitar que un grito se me escapara al escuchar la voz de mi mayordomo.
—Ah… solo eres tu Isaac.
— ¿Se encuentra bien? Se ve algo nerviosa
—Debe ser tu imaginación— con la manos atrás de mi espalda traté de guardar las fotos en el grueso álbum.
—Ah…deje que Furfur se hiciera cargo, por lo visto me equivoque…. — mi mayordomo suspiró con una expresión de cansancio marcada.
— ¿Furfur?
—El verdadero nombre de Irene. Al igual que ella yo también soy un demonio. — al decir esto mi mayordomo me mostro su mano derecha. Esta había dejado de ser una mano humana y tenía un fuerte color cobrizo además que sus uñas se tornaron negras.
Observé su mano en silencio pero esta vez el impacto no fue tan grande, al parecer para ese momento ya me había hecho a la idea que él diría algo como eso. Sin embargo nunca pensé que la palabra que saliera de él fuera aquella.
—Puedo ver que se encuentra muy confundida señorita y pido disculpas por el mal rato que Furfur le debió hacer pasar— se inclinaba respetuosamente mi mayordomo.
 —Primero lo primero ¿Cuál es tu verdadero nombre?— te  mentiría si dijera que no tuve miedo, la verdad es que a partir de ese punto y durante gran parte de la conversación  de aquella lejana noche solo mantuve una postura de valentía.
—Mi nombre es Azazel. Tenemos mucho que explicarle. Podría acompañarme a la sala de estar, Furfur nos está esperando ahí.
Lo seguí en silencio. Por alguna razón el camino desde mi habitación hasta la sala de estar me causaba temor y la luz mortecina de las velas no ayudaba a calmar tal sensación.
Irene no… Furfur fue lo primero que llamó mi atención al entrar. La vela en el centro de la pequeña mesa me permitía distinguirla y aunque no era una luz muy fuerte aun así podía notar que sus cabellos todavía presentaban aquella extraña coloración. Se encontraba sentada en uno de los tres sillones que había en la sala. El más largo se utilizo contadas veces,  me dijeron que era para visitas. En el segundo cabían dos con comodidad  y era mayormente usado por Furfur o Azazel  y el último era uno pequeño que  solo yo usaba. Ella se encontraba en el segundo, Azazel se sentó al lado y yo use mi sillón usual.
Pasaron unos segundos en agonizante silencio hasta que decidí interrumpir.
— ¿No debería alguien comenzar a decir algo?—
—Interpretaré tú silencio como permiso para tomar la palabra — Azazel le decía a mi sirvienta. — como le dije hace unos minutos tanto Irene como yo somos demonios…
—Furfur y Azazel, ¿verdad?— pregunta que respondieron solo asintiendo con la cabeza.
—fuimos ordenados por su padre con el único objetivo de mantenerla a salvo y proporcionarle una guía adecuada— continuo él.
—Espera un momento… ¿Mi padre? ¿Ustedes conocen a mi padre?
—Es conocido por todo el mundo en realidad— agregó Furfur con una peculiar sonrisa.
— ¿Qué es a lo que te refieres?... Aaa Irene… Furfur ¿Cuál prefieres?
Aun no me creía del todo el asunto de los demonios. Sin embargo no podía negar que mis dos sirvientes presentaban características imposibles de encontrar en humanos normales.
—Con el cual se sienta más cómoda señorita— me respondió ella con una sonrisa nerviosa.            
—y bien… Irene — le pedí proseguir.
—Pues señorita a su padre los humanos lo conocen por muchos nombres… príncipe de los demonios, Yezdí, Helel… pero  nosotros solo lo llamamos por su verdadero nombre, Lucifer. —
—… Por Lucifer te refieres a ese Lucifer aquel que los libros lo mencionan como el ángel que se opuso a dios, el que guio a varios de sus hermanos y hermanas en una guerra que perdió, aquel a quienes  siempre se le describe como un ser horrendo y temible… te refieres a ese Lucifer. — Pregunté llena de incredulidad.
—No fue una buena idea dejar  esos libros en nuestra biblioteca, los humanos tienen un mal concepto de nuestro señor Lucifer. — agregó Azazel.
—déjenme ver si entendí bien… ¿se supone que soy la hija del rey del infierno? Enserio quieren que me crea eso—las miradas de preocupación que compartieron mis dos sirvientes fue una reacción ante mi escepticismo.
Conversaron entre los dos con unos murmullos, me miraban debes en cuando para volver repetir aquel proceso.
—y bien ¿Me van a decir la verdad?—
Los dos se quedaron mirándome en silencio.
—No creo que me mientan con respecto al saber quién es mi padre así que…
—Todo lo que le dijimos es verdad señorita— me interrumpió mi sirvienta. —tenemos una foto tal vez esto ayude— Furfur me entrego un libro con la pasta degastada.
— ¿Una foto?— tomé el libro y lo abrí en donde una foto era usada como separador. En ella se encontraban mis dos sirvientes sin mostrar un gran cambio en su apariencia, pero además  se encontraban dos personas más. A la derecha de Azazel se encontraba un hombre de una apariencia más madura y con el cabello cenizo, al igual que mi mayordomo él usaba un traje negro.
La persona del medio capturó mi vista por lo peculiares que se veían sus ojos. Aun siendo una foto en blanco y negro el color de su iris no parecía ser convencional. Aquel hombre parecía ser más joven que todos en la foto y llevaba un traje de color verde muy vivo; su cabello castaño le llegaba a sus hombros y cargaba en sus brazos a un bebé.
—Ese es su padre, señorita. Al igual que usted sus ojos son violeta— me dijo Furfur al notar en donde se encontraba perdida mi mirada.
 Aún me encontraba confundida pero mis sirvientes estaban dispuesto a contarme todo lo que sabían, dependía de mi el creerles o no.
—Hay algunas cosas que quiero preguntar—les dije tratando de mantenerme calmada.
Lo primero que pregunte fue por mi madre, por desgracia mis padres adoptivos nada sabían de ella e incluso hoy lo poco que sé sobre ella se debe a la conversación que tuve con tres personas que de alguna forma la habían conocido.
Pregunté también por el otro hombre en la foto, nunca lo había visto y el que estuviera ahí me indicaba que cierta importancia debía tener en mi vida.
—Al igual que nosotros—dijo mi sirvienta— era un guardián destinado a protegerla, lamentablemente murió en la emboscada camino al mundo humano.
Las palabras de Furfur me helaron la sangre no solo porque mi vida haya estado en peligro sino porque  alguien haya muerto por causa mía. Ha habido muchas ocasiones en las que me hubiera gustado agradecerle a Mefistófeles el que yo me encuentre viva hoy. Nunca nos conocimos y no tenía motivos para arriesgar su vida aún así, mi vida se la debo.
—Un momento… ¿Una emboscada? ¿Por qué…?
—Aunque nuestro mundo no es una pesadilla, como la describen los humanos, no es enteramente pacifico— acotó mi mayordomo.
Azazel me contó sobre la situación de mi mundo antes que yo naciera. Aunque mi padre mantenía el control de la mayoría de los reinos, unos pocos existían que se oponían al él. Ellos tomaron como razón suficiente para su rebelión, la derrota de mi padre en contra del creador de todo lo existente.
La rebelión en sí se enfocaba en Lucifer, pero como no pudieron hacer nada en contra de él, atacaron a su descendencia. En ese atentado mis hermanos y hermanas fueron acorralados y asesinados siendo yo la única sobreviviente. Tuve suerte aquel día ya que se había previsto de antemano que iría al mundo humano a vivir una vida lejos de esa locura. Se suponía que mis hermanos y hermanas también irían a su debido tiempo pero los rebeldes llegaron a ellos antes que pudieran tomar medidas.
— ¿Así que tenia familia?—Recuerdo haberme recostado sobre el sillón tratando de calmarme tras oír sobre la suerte de la familia que nunca conocí.
—Debe entender, señorita — Furfur por primera vez se levantó y coloco su cálida mano sobre la mía— si le revelamos todo esto ahora es porque es necesario. Cuando Mefistófeles Murió puso en usted un hechizo de protección. Lamentablemente su poder fue creciendo y ahora a sus siete años ha debilitado el poder del hechizo, ya casi nada queda de él. Sin ese escudo los asesinos de sus hermanos podrán encontrarla y no creo que  Azazel ni yo seamos capaces de protegerla si estos ataques fueran a gran escala.
— ¡¿Qué podemos hacer?!  — dije aterrada ante la posibilidad de perder mi vida a tan corta edad.
—No se angustie, señorita Henriette— Azazel también se acercó a mí y coloco su mano sobre mi hombro— nuestra misión no terminaba en cuidarla, nuestro deber también era instruirla en artes defensivas.
Mis dos sirvientes se colocaron enfrente de mí  y haciendo una respetuosa venia se presentaron nuevamente.
—Mi nombre es Furfur y me encargare de instruirla sobre la magia y todo el mundo  que ella comprende—
—Y yo su humilde sirviente Azazel, la instruiré en el arte del uso de las armas blancas—
Así termino mi séptimo cumpleaños, enterándome de una vida y mundo completamente nuevos y bajo la promesa de que mucho más se me revelaría a su tiempo.


viernes, 3 de mayo de 2013

Gospels



Una hermana era común en aquel lugar pero  su apariencia la hacía resaltar de entre cualquier otra. Su cabello corto rojizo sobresalía de su tocado negro. El hábito, también negro, terminaba pasando un poco sus rodillas, sus piernas eran cubiertas por unas pantimedias negras y  sus pies por un par de botas café. En su brazo izquierdo y derecho, sobre su ropa, se encontraba tres correas de cuero sujetas a ellos.
Su apariencia no era fácil de ignorar aun así los hombres y mujeres con los que se topaba solo le dedicaban una rápida mirada.
Había caminado cerca de veinte minutos y aun así no había salido del templo que era su hogar desde sus nueve años. Pasó  por enormes pasillos y por un jardín hasta llegar a una pequeña iglesia, ubicada en el extremo más alejado.
Motivos florales se encontraban grabados en el  viejo portón de madera que se encontraba entre abierto.  Cruzó a través de este. Adentro encontró a una hermana, que lucía más joven que ella, arrodillada ante el altar en posición de oración.
La joven hermana vestía con un tocado blanco, que permitía la vista de su largo cabello rubio cenizo,  y un hábito azul oscuro. La extensión de este era mayor al de ella pero aun así dejaba a la vista unas medias blancas que acababan en unos zapatos de charol también azul oscuro.
“es muy perturbador verte aquí, Matthaeus” dijo ella sentándose en una de las bancas más cercanas a la salida.
“solo soy una humilde sirviente que le reza a su señor. Es más extraño  encontrarte aquí, Marcus.” Matthaeus se levantó y se dirigió hacía Marcus que aun estaba sentada a pocos metros de ella.
“Es  el sitio más alejado de este zoológico. El lugar perfecto para tomarse un descanso” ella saco de su habito una paleta.
“por lo visto aun tienes gustos infantiles”
“prefiero vivir con tranquilidad mi edad y no jugar a la adulta como otros” Marcus guardo la envoltura en sus ropas y tras darle una sarcástica mirada a la pequeña  hermana,  colocó la paleta en su boca.
“no lo llamaría jugar ¿Es que no es lo que espera todo el mundo de nosotras?”  Matthaeus trataba de ocultar su molestia pero su seño fruncido la delataba.
“¿acaso piensas justificar tus crímenes con la misma frase que repiten esos ancianos?”
“¿crímenes?”
“¿quieres hacerte la inocente? Tus manos están manchadas de sangre”
“Al igual que la tuyas.” Se encogía de hombros “Solo cumplimos nuestro deber. No es algo que disfrute”  Matthaeus trató de ocultar sin existo la sonrisa que se formaba con una de sus manos.
“si realmente los sintieras pasarías toda tu vida de rodillas…”
Marcus movió su cabeza justo a tiempo. Unos segundos más y la daga hubiera cortado su cuello. Volteo hacia atrás y vio como una mano salía de la nada. Aquel miembro se encontraba flotando  y en donde se supone que se encontraría el antebrazo solo se veían unas ondas en el espacio, similares a las formadas al lanzar una piedra al agua.
“eres demasiado aterradora para ser una niña” Marcus  seguía con la mirada fija en el miembro flotante.
“perdóname…” la mano retrocedía hasta desvanecerse en el espacio “a veces no controlo mi…entusiasmo” decía ella con una enorme sonrisa.
“sé muy bien como te pones cuando estas entusiasmada” Marcus se puso de pie y caminó hacia Matthaeus.
Un rápido recuerdo pasó por su mente. Una habitación llena de sangre y miembros humanos total mente irreconocibles, y en el centro Matthaeus sonriendo con las ropas aun manchadas del rojo liquido.
 “el verte aquí me ha puesto de mal humor” Matthaeus colocaba su mano extendida a la altura de su cintura. “¿qué te parece si nos ponemos serias?”  Lentamente comenzó a alzar su mano. Al hacerlo unas ondas similares a las anteriores comenzaron a verse bajo esta. De entre esas ondas comenzó a verse una cabeza que lentamente surgía. La cabeza dio paso a hombros, brazos y finalmente piernas. Todos estos elementos formaban una réplica perfecta de Matthaeus.
La réplica se quedó de pie con los ojos cerrados como una muñeca. A diferencia de la original, cubría su cuerpo con un simple vestido blanco y unas alas emplumadas que se cerraba enfrente de ella, envolviéndola como a un abrigo.
Matthaeus se acercó a la muñeca y tiernamente le acariciaba las mejillas.
“ha sido mucho tiempo desde la última vez que te vi así, hermana” le susurraba al oído. “debemos agradecer la amabilidad de Marcus por permitirnos otra vez encontrarnos” Matthaeus soltó a su réplica y se alejo unos pasos.
La réplica extendió sus alas dejando varias plumas flotando. Dos dagas de plata, una curva y otra recta, se materializaron en sus manos.  Sus ojos se abrieron, mostraban una mirada vacía.
“ahh…” Marcus suspiraba “debí saber que esto pasaría…”  extendió su mano. Esta se hundía como si  el espacio enfrente de ella fuera agua. Aun que sus ojos no  lo veían, su mano sentía algo del otro lado de esa barrera invisible. Apretó con fuerza y extrajo el objeto hacía ella.
En las manos de Marcus se encontraba una espada con el mango dorado.  Su empuñadura tenia la forma de una cabeza de león con las fauces  abiertas, por donde salía la hoja. Esta era de plata con pequeños motivos gravados de oro.  
 “decirte que nos prohibieron esta clase de encuentros no te hará desistir, ¿verdad?”  Marcus usaba su espada para mantener distancia entre ella y la réplica de Matthaeus.
“¡vamos hermana! ¡Marcus ha aceptado jugar con nosotras!”
A la sola mención de sus palabras, la réplica se lanzó hacia Marcus. Sus alas le permitían ir más rápido que cualquier otra persona corriendo con sus pies y debido a esto apenas tocaba el suelo.
Trató de dar una estocada al rostro de Marcus y otra a su estomago. La primera fue esquivada  con un pequeño rasguño en su mejilla  como daño y la segunda  la evitó con su espada.
“¿realmente quieres matarme?”
“Por supuesto que no. Eso acabaría rápido con la diversión.” Le sonreía ella “pero como veras… mi hermana se está entusiasmando”
Por más que mirara, Marcus no notó ningún cambio en la expresión de la inmutable réplica.
“¿Qué dices hermana?...ya veo. No, no creo que Marcus tenga algún problema” Matthaeus le sonreía a su réplica.
“¿Qué pretendes hacer?” Marcus colocó su espada enfrente de ella en posición defensiva.
Aun empuñando su daga, la réplica levantó su mano apuntando a Marcus. Movió su mano de izquierda a derecha. Tras cada movimiento  debajo de donde había estado su mano, una daga se materializaba.
“¿es en serio?” Marcus retrocedió unos pasos sin darle la espalda.
Cuando la ultima daga se materializó, la réplica levantó su mano apuntando hacia el cielo. Su mirada vacía se centró en Marcus. Bajó su mano apuntando hacia ella y las dagas se lanzaron hacía la hermana como flechas.
Marcus aplastó con sus dientes la paleta en su boca y lanzó la varilla de plástico al suelo.
Logró bloquear cinco con su espada, cuatro decapitaron la imagen de un santo, rompieron un vitral; Y la última le arrebató el tocado de su cabeza clavándolo en un muró cercano.
“¡una vez más!” Gritó Matthaeus alzando ambas manos y mirando al cielo.
La réplica volvió a materializar más dagas pero esta vez duplicando su cantidad al usar ambas manos. Al bajarlas  la nueva ronda de dagas se disparó.
Marcus se preparó para recibir el ataque pero antes que cualquier daga impactara, un enorme objeto  salió de la misma barrera invisible que guardaba a su espada. Las dagas impactaron con el nuevo objeto revotando de este sin dejarle rasguño alguno.
“¡Lucas!” exclamó Marcus mirando en dirección al portón.
Enfrente del portón  se encontraba una joven mujer con el seño fruncido y las manos en sus caderas. Su cabello era largo y negro, atado en una cola de caballo por un listón rojo. Era más alta que las dos hermanas pero a diferencia de ellas, el hábito que vestía era uno más tradicional y no llevaba tocado.
“tsk… ¡no estamos jugando contigo, Lucas!” Gritó Matthaeus furiosa.
Lucas la ignoró y caminó en dirección a Marcus.
“¡me estas escuchando! ¡No me…” la pequeña hermana se quedó callada ante la gélida mirada de Lucas.
“guárdala…” Lucas señaló a la réplica.
“¿eh?”
“¡guárdala!”
“...” Matthaeus asintió y con un movimiento de su mano la réplica empezó a desvanecerse junto con las dagas que había lanzado.
“tú también”  volteó esta vez mirando a Marcus.
“si…” Marcus realizó los movimientos para guardar su espada pero en vez de usar una vaina, está desapareció de la misma manera en que llegó.
“veras…” Marcus trató de hablar cuando tuvo a Lucas enfrente de ella. Aunque Lucas no estaba dispuesta a escucharla.
“¿Qué estás haciendo?”  Preguntó Marcus cuando la hermana de cabello negro la cogía del cuello de su hábito.
Sin decir nada más Lucas la Lanzó contra una distraída Matthaeus, golpeándose ambas la cabeza.
“¿eso era necesario?” se lamentaba Marcus en el suelo.
“¡¿Cuál es tu problema anciana?!” gritaba Matthaeus de rodillas sujetándose la cabeza.
“A-A-Anciana…”  La expresión de Lucas se volvió sombría con su puño cerrado temblando enfrente de ella.
“ahh… “la pequeña hermana se sujetó la cabeza con fuerza por segunda vez.
“hace mucho que debió hacer eso”  Marcus se quejaba mirando a la pequeña hermana mientras se  incorporaba.
“nadie invitó a Lucas…” Matthaeus aun sollozaba.
Lucas ignoró las quejas de ambas hermanas. Metió sus manos dentro de su hábito, sacó una cajetilla de cigarrillos casi vacía y un encendedor. Lo encendió y con los ojos cerrados dio una profunda bocanada.
“no me importa quien comenzó…” una nube de humo se escapó cuando abrió la boca. “¿Por que cada vez que Iohannes no se encuentra, ustedes no pueden pasar cinco minutos sin causar un  desastre?”
“porque es la única que puede controlarla” respondía Marcus sin mirar a Matthaeus  pero señalándola con su dedo pulgar.
“cuando ella no está, ¡es conmigo con quien se quejan los cardenales!” cerró los ojos y dio otra bocanada “¿Cómo puede soportar todo esto? Ya parece que soy la madre de ustedes”
“si sigues enojándote así pronto te arrugaras como una” Murmuraba Matthaeus
“¡eh!”  Lucas colocó sus nudillos en ambos extremos de la cabeza de la pequeña hermana y giró con fuerza.
“…duele… duele mucho… detente Lucas…” pedía Matthaeus entre sollozos.
“¿Cómo voy a ser una madre? Aun estoy en la flor de mi juventud, apenas tengo dieciocho” Lucas se calmó dejando una adolorida Matthaeus con la cabeza recostada en el suelo.
Marcus se dirigió en donde había quedado su tocado después del ataque de la réplica.
“tsk… tiene un hueco” dijo ella comprobándolo con su dedo “¡me debes un nuevo tocado!” le gritó a Matthaeus, quien recién se levantaba.
“sígueme Marcus”  dijo Lucas apagando su cigarrillo en el suelo. “Matthaeus encárgate de limpiar…”
“¿ehh? ¿Por qué yo?”
“de quien es la culpa en primer lugar”
“…”
..
..
..
Las dos hermanas se encontraban en el estudio de Lucas. Una habitación repleta de libros, no solo en estantes sino también en pequeños pilares. La mayoría de los títulos le eran desconocidos a Marcus. No solía frecuentar mucho aquel lugar cuyo olor ha guardado solo parecía fastidiar a las dos menores de las cuatro.
En el escritorio de Lucas se encontraba varios papeles apilados, un cenicero de plata, varios cuadernos escritos a mano y un pequeño cofre de madera y hierro forjado.
Lucas abrió la ventana detrás de su escritorio y se sentó en la silla cerca a este. Con un gestó de su mano le pidió a Marcus que se sentará en la silla restante.
“esa niña solo le hace casó a Iohannes, no creas que escuchará lo que digas” Marcus se sentó en la silla apoyando sus pies en el escritorio. Sacó una paleta de su hábito y le quitó la envoltura “disculpa… ¿querías… decirme… algo?” trató de hablar pero la paleta en su boca le hacía difícil entenderla.
“tan poco femenina como siempre” sonreía Lucas “¿sabes porque estamos aquí?”
“¿otra vez esa historia?” Marcus sostenía su paleta en la mano con una expresión de cansancio en el rostro.
“hace diez años…”comenzó a narrar Lucas.
“hace diez años” Marcus la interrumpió y continuo narrando con una voz monótona “aparecieron unos niños que causaron reacciones en la reliquias sagradas que dejaron los santos patronos siglos atrás. Los cardenales que se vieron escépticos al principio al final reconocieron nuestra existencia y es más la tomaron como la señal de que algo importante se avecinaba.”
 “esa sería la versión resumida…” decía Lucas encendiendo un cigarrillo. “Tras ser aceptados, la iglesia Ortodoxa, la iglesia Católica, la iglesia Copta y la Iglesia Luterana empezaron  a buscar a los nuestros en todo el mundo.” Lucas se detuvo para dar una bocanada “después de todo al ver que las reliquias podían ser usadas como armas, nos consideraron como elementos muy valiosos”
“una forma… muy elegante para… llamarnos perros de ataque “Marcus sacó la paleta de su boca “¿y bien?  ¿Qué tiene que ver esa vieja historia con lo que me quieres decir?”
“Iohannes fue enviada para investigar a un posible candidato. Las ordenes que le dieron implicaban que no hiciera contacto alguno.”
“¿y?”
“ya varios meses de eso” Lucas apoyó el cigarro en el cenicero “el candidato no ha mostrado ninguna irregularidad.”
“¿Tal vez se equivocaron?”
“Es probable.  Aun así, los cardenales están ejerciendo presión por una respuesta concluyente. No nos queda otra opción que forzar las cosas.” Lucas centró su mirada en la hermana que se encontraba distraída contemplando el techo.
“¿y de alguna manera los ancianos creen que yo haré una diferencia?”
“creen que sería más útil que tuviera contacto  con su viejo discípulo” Lucas tomó el cofre y lo abrió para que Marcus viera el contenido.
Dentro del cofre había una llave simple sin ningún tipo de adorno y oxidada.
“¿oye estás hablando de mi maestro quiero decir el maestro de Sanctus Marcus?” Marcus bajo los pies del escritorio.
“Al menos eso cree Iohannes”
“parece interesante” colocó la paleta de nuevo en su boca y se puso de pie.”¿Cuáles son las especificaciones de mi misión?” Marcus se encontraba de un extraño buen humor.
“Al igual que Iohannes observaras, pero es necesario un contacto directo. Tal vez eso genere una reacción en él y llevaras la llave por si la reliquia muestra una reacción”
“Bien ¿Cuándo parto?”
“Esta noche” Lucas apagó el cigarrillo restregándolo con el cenicero.
Marcus dio media vuelta y se dispuso a salir de la habitación.
“no te olvides de la reliquia”
“es cierto” decía algo apenada.
“Por cierto ya que tendrás un contacto directo con el candidato. Deberás usar tu nombre”
“¿mi nombre?... ¿Marcus?”
“tu verdadero nombre”
“….”
“….”
“¿y era?” preguntaba Marcus confundida.
“Bianchi Prochainezo”
“¡oh! Es verdad hace años que nadie me llama así. Ya lo había olvidado”  decía con una enorme sonrisa, apenada.
“…retírate… alista tus cosas…” Lucas señalaba la puerta con su mano derecha mientras que la izquierda estaba apoyada sobre su frente.
Marcus se retiró con el cofre en sus manos.
“¿saldrá todo bien?”  Lucas se recostó sobre su silla mirando al techo.

martes, 30 de abril de 2013

Prologo


La pequeña campana repicó al abrirse la puerta. Un joven de traje y sombrero  verde oscuro  dio un paso dentro del café. Era una noche lluviosa así que el lugar se encontraba repleto por  aquellos que buscaban un refugio contra esta y calentarse un poco.
“bienveni…”
“voy a tomar la mesa de siempre” el joven de traje ignoró las palabras de la joven empleada. A pesar de la lluvia, su traje no presentaba el mínimo rastro de haber sido afectado.
“d-d-discúlpeme pero…”
Él la ignoró. La mesa que solía  usar  se encontraba ocupada por un hombre que lucía mayor que él. Este vestía con un traje negro y corbata roja, su cabellera negra era larga pero amarrada con una delgada cinta en una pequeña cola de caballo. Una humeante taza de café se encontraba enfrente de aquel hombre.
“si no le importa compartir la mesa tal vez…”
“descuide no me importa” se quitó el sombrero revelando su cabellera castaña “tráeme lo de siempre”
“pero el cliente…”
“no le importará “
La joven empleada se rindió ante su insistencia y tras darle una última mirada se retiró a preparar la orden.
“he perdido la cuenta ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos?” se sentó y dejó su sombrero sobre la mesa.
“no cuento los años pero me alegra ver que te encuentras bien” el hombre de traje negro dio una probada a su café.
“¿lo dices enserio?”
“¿un padre no puede preguntarse por el bienestar de su hijo?”
“siempre preocupándote por tus hijos. Incluso por el menos favorito”  la joven empleada colocó un vaso con escocés en las rocas enfrente de él.
Por breves instantes el olor a whisky opacó al por si solo fuerte aroma del café negro al otro lado de la mesa.
“tus hijos saben hacer un buen licor. Una de las pocas cosas buenas que hacen” decía él jugando con su vaso.
“siempre los has subestimados ignorando  por completo su capacidad de lograr cosas increíbles”
“pero es que es muy fácil de ignorar considerando toda su historia, todas las vidas perdidas y destruidas. Tantos posibles finales felices que nunca se concretaron por el egoísmo de tus hijos. Un trabajo de mejor calidad que cualquiera de los míos pudo haber hecho”
“por lo visto aun estas lleno de envidia, hijo mío”
“no. Solo resaltaba lo obvio. Y si quieres saber, entiendo por completo  porque me echaste de casa. Era un niño haciendo un berrinche, debías disciplinarme” le dio una probada a su whisky dejando la mitad del vaso.
“Miles de vidas inocentes ser perdieron por tu orgullo pero al menos pareces ser más sabio ahora.”
“la edad conlleva a la sabiduría querido padre. No solo tus preciosas creaciones pueden cambiar” al hombre de traje negro le era difícil confiar en aquella sonrisa que su hijo le mostraba. Por más sincera que esta pareciera.
“aun así, nuestros hijos no se llevan bien” el hombre de traje negro levantó su taza de café una vez más para terminarla por completo.
“lo sé. Han pasado muchos años ya, como para saber cómo inicio todo. Pero si sé cuando empeoro “la mirada del  joven se centraba en su vaso de whisky.
“…”
“creíste que  tus creaciones peligraban y les distes a los hombres más cercanos a tu hijo favorito un poder que podía rivalizar con los de mis hijos”
“era necesario, tus hijos los utilizaban como sus juguetes. Despertaron en ellos  codicia y envidia, hicieron que me guardaran rencor e ignoraran mis palabras. No podrás comprender el terrible dolor que sentí al tener que levantar mi mano ante este mundo.”
“Tal vez tengas razón en eso. Pero la cosas no acabaron ahí”
“el odio entre mis hijos y los tuyos creció hasta el punto en que dieron un nombre a ambos bandos”
“tus hijos que eligieron combatirnos se hicieron llamar exorcistas y creían tener a su padre de su lado”
“y los tuyos fueron tachados como demonios”
“el hombre tiende a condenar lo que no comprende…. Estoy seguro que muchos de los sabios de tu creación habrán tenido es pensamiento siquiera una vez.”
“Me gustaría ponerle fin a esta locura”
“Dejar que las cosas sigan su rumbo no funcionara, eso lo sabemos muy bien”
“Mis hijos son obstinados” el hombre de traje negro sonrío levemente.
“y los míos orgullosos… ¿Qué te parece si nos entrometemos un poco?”
“¿A qué te refieres?”
“Un juego”
“¿un juego?”
“para los dos lo sería. Aunque ellos lo verían como una guerra. Si una vez más les confiaras a los humanos el mismo poder que una vez le diste a los seguidores de tu favorito. Mis hijos tendrán que actuar. Por supuesto que después de este punto, ninguno de los dos podrá actuar.  Tus hijos y los míos tendrán que arreglárselas por su cuenta.”
“¿Por qué estaría de acuerdo con algo que acabaría con miles de vidas?”
“porque dejar las cosas como están acabaría con la de millones.”
“…” Las palabras de su hijo parecían  carecer de sentido ¿Cómo una guerra traería paz en ambos bandos? Lo observaba con detenimiento. Lo siguiente que dijera determinaría si debía seguir escuchando.
“como dije la edad ha traído un mejor entendimiento para los míos. He visto incluso características en algunos de ellos que te haría pensar si son realmente tan diferentes a los humanos.
“¿lo hermanos se amistan después de una pelea? No será tan fácil como suena. Incluso entre mi creación hay algunos que sus acciones son más demoníacas que la de cualquiera de tus hijos”
“¿no crees que este juego seria la presión que ellos necesitan llegar a un entendimiento mutuo?”
El hombre del traje negro se levantó y caminó unos pasos deteniéndose  a la altura de su hijo.
“buscas entendimiento entre dos grupos que se odiaron desde tiempos inmemorables…Esta noche has pronunciado palabras que nunca pensé que saldrían de tu boca. Solo por eso confiare en ti hijo mío y haré lo que me pides”
“…Gracias padre… solo espero no equivocarme…” el joven acabó con el resto de su bebida.
El hombre del traje negro se despidió con un movimiento de su cabeza y sé retiro tras dejar el costo de su café en la mesa.
“he dicho muchas cosas hoy, pero todo dependerá de cómo reaccionen mis hijos” el joven  agitaba su vaso vacio. Desvío la mirada hacia la ventana. Aun con la lluvia se podía ver con claridad a hombres y mujeres conversando con tranquilidad bajo un paraguas y a familias presurosas buscando cobijo. “no puedo hacer nada ahora” Todo dependerá ahora de ti, mi querida niña”

Aquella noche una lluvia de estrellas fugaces pudo ser apreciada en todo el mundo. Ningún hombre de ciencia pudo dar una explicación ante tal fenómeno. Los hombres de fe  lo consideraron un mensaje de Dios, un milagro, llamándola ¨lluvia divina¨. Pero otros la consideraron un mal presagio ¿Aquel era en verdad un mensaje de Dios?”
Ambos tenían la razón…